Afiló su espada.
Miró al alba.
Lloró un soneto.
Sintió la gélida llama.
Tembló el cielo.
Perdió la batalla.
Se había rendido ante aquellas palabras.
Y comenzó a andar.
Como un caballero errante
con armadura y pluma
con cicatrices y sin corazón.
Los molinos se alejaban
los gigantes la perseguían,
pero a nada temía
pues ya nada perdía.
El cielo tembló
o era ella quizás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario