16/7/15

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 Persigo, sin miedo, el eco de mi propia voz que amenaza con olvidarse todas aquellas palabras que dijo una vez.  Me persigo a mí misma en un afán por llegar a meta. A aquella que se fijó tanto tiempo atrás, sin preguntas, y porque sí. En uno de esos momentos que empiezan con un "y si" y finaliza con el ojalá cubierto de ilusión, con brillo y mirada al infinito incluida. En una de esas poses bohemias que todos adoptamos alguna vez cuando pensamos en nuestra vida y en el futuro. Ese pequeño amigo incierto e impredecible que a veces da una buena paliza a aquel grupito de expectativas que quisimos creer y a las cuales seguimos sin miedo a caer en la maldición de lo idílico, en el sueño onírico del que a veces sólo un buen puñetazo de realidad nos hace despertar. 

Pero de vez en cuando, en aquellos momentos en los que te pierdes sin tener vislumbrado el motivo, es conveniente mirar al frente y perseguir el camino de tu propia voz, sin escuchar a todos aquellas imitaciones de Pepito grillo que pretenden destrozar, sin miramientos, las aspiraciones que todos tenemos. ¿Qué más da si soñamos con ideas disparatadas? ¿Qué más da si teñimos nuestro futuro de ambición? ¿Acaso es malo soñar? ¿Acaso es malo esperar estar a la altura de tus propias expectativas?

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